Una gota de agua, de maiz, de arco iris

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Por: Jasbleady Castañeda

Mientras jugaba con mis  pequeñas manos, a eso que todos solemos jugar cuando niños y que yo aún hago cuando llueve, de  hacer figuritas en un vidrio empañado, observé lentamente que algo se movía. Me acerqué con sigilo, en silencio, como temiendo que un gato con ojos brillantes terminará propinándome un gran susto y observé algo de lo que ocurría:

Una enorme fila de pequeños hombrecitos corría del otro lado del río, como enloquecidos intentando trepar una enorme peña. Algo ocurría, pero desde el pequeño agujero dibujado en la ventana no se lograba observar con definición aquella escena, así que decidí dibujar un enorme agujero, algo deforme, nunca he sido buena pintando círculos. Entonces se lograba ver con claridad, era una pequeña burbujita de agua que rodaba entre sus pies…

¡¡¡ ah ya he comprendido ¡¡¡ No basta con que las personas laven sus autos por horas, laven los platos con tanta agua como para bañar un elefante, ahora también los del otro lado del río quieren jugar fútbol con las gotas de agua. ¡¡Lo que faltaba ¡¡.

Un día mi abuelo en una de sus tantas historias, comentaba  con esa voz delgada, seria  y sabia que solía usar, que la gente ya no cuidaba el campo, los ríos, que les importaba poco sembrar, que se había vuelto floja, perezosa, pero que aún así no podíamos dejarnos contagiar, que debíamos aprender a reconocer cada planta que veíamos en la calle, para qué se usaba,  saber de que eran los cultivos por los que pasábamos cuando íbamos de viaje. Claro, porque si alguna ofensa grande hubo para él, era que no supiéramos responder a la pregunta frecuente… ¡a ver niña, ¿Qué es eso que está sembrado allá?

… Aún recuerdo como si fuera ayer, el miedo inocente y picaresco  que nos daba al no tener como responder a sus preguntas, pero la satisfacción tan enorme cuando acertábamos en las respuestas. No había abuelo más orgulloso en el mundo que el nuestro, cuando sabía que algo habíamos aprendido de él.  Por todo lo que el abuelo decía, me aterraba pensar que la gente del otro lado del río aún no entendiera el valor de tan preciados tesoros.

Mientras los pequeños hombrecitos corrían por la peña, persiguiendo sin cesar esa burbujita de agua,  aplastaban con sus pies millones de setas de colores, que con un enorme esfuerzo habían logrado crecer entre la hojarasca y  cruzaban por ese aljibe que pasaba junto a un gigantesco sauce llorón, como si los viniera persiguiendo el más temeroso de los espantos.

Todo se encontraba hecho un caos total, por un momento pensé que ya no era un juego, que era la guerra, pero no creo que tan diminutos hombres pudieran tener tan grandes problemas como para causar una guerra de semejantes proporciones.

No pasaron unos cuantos minutos, cuando logré observar como uno de ellos tomaba el poder de la burbuja, era una gota hermosa que de tal brillo parecía una redonda bomba de jabón.  El hombrecillo, que era un poco más alto que los demás, lanzó la gota y la logró encaramar en el nido de un ave, allá en lo alto de un árbol, mientras que los demás sorprendidos se preguntaban ¿cómo era posible que alguien hubiera  robado la gota de agua? Y peor aún, frente a las miradas de todos, sin que nadie hiciera nada.

Sin embargo, aquel hombrecito no tenía rostro de malicia, se veía sereno, tranquilo, lleno de sabiduría,  entonces nadie fue capaz de decir nada. Todos estaban atónitos frente a lo ocurrido, observaban hacia el cielo intentando esperar a que la gota de agua llegara de nuevo al suelo.  Duraron tanto tiempo mirando la gota, que cuando de nuevo miraron el suelo sintieron que el mundo entero les había cambiado.

Algo extraño había sucedido, lo noté por sus caras de asombro,  ya no veían el  río, pero no era lo único que faltaba. El suelo estaba casi desértico, sin plantas, sin setas, ni hojarasca. Si mi abuelo hubiera estado, de seguro las lágrimas aflorarían al ver tanta sequía, tanta tristeza, tanta desolación.  Como si un raro hechizo hubiera ocultado el río y todo rastro colorido del paisaje, lo que en algún momento adornaba el suelo y combinaba de manera perfecta con los rayos del sol.

Ya no había nada,  “el agua” ya no corría, por ningún lado, ni si quiera la gota del nido ya se podía ver, aunque ahí estaba, en ese lugar seguro y aquel hombrecito un poco más grande la tenía en su poder, sin que nadie lograra entender cuales eran sus extrañas intenciones.

Ahora si que se había armado una gran batalla, todos contra el hombrecito que con fuerza había lanzado la gota casi hasta el cielo, ahora si sentían sed, ahora si entendían la falta de cada una de las cosas que habían destruido. Tal vez era lo que hacía falta, una decisión de hombrecito gigante, de mente, de corazón  y con tal sabiduría que alejara a cada uno de los hombrecitos diminutos, de la suerte de la última gota de agua del mundo. La ultima, la más valiosa, la que sirvió para jugar, ahora hacía falta simplemente para vivir.

Fue tal el revuelo de cada hombrecito, que por un momento pensé que me lograrían ver, además el agujero de niebla que yo había dibujado en el vidrio, ya se había desvanecido hace bastante rato. Pues del otro lado del río, del ahora inexistente, se levantaban garrafales  nubes de polvo, como las que nunca antes había visto.  Pero al parecer estaban tan agobiados buscando la gota de agua, que ni se percataron de mi existencia.

Poco a poco, los hombrecitos fueron desapareciendo, creí que corrían hacia otro lugar, pero no, la falta de agua y el incandescente sol que  apareció, hicieron que se fueran desvaneciendo, como si se tratara de diminutos muñequitos de chocolate.  Al cabo de un rato, solo quedaba el hombrecito más grande y uno, solo uno, el más pequeño de los hombrecitos, que con una mirada pensativa se sentó en el suelo,  se sentía solo, pero además temeroso por ver la presencia del otro hombre, que cada vez lo analizaba de manera más profunda.

¿Pero por qué este hombrecito no se desvanecía, si hacía parte de los que hace unos momentos jugaban  con la burbuja?  Pero al cabo de un rato recordé, que este era un pequeñín con orejas en forma de zanahoria, que por horas estuvo impávido y observando a los demás corretear por la peña y que finalmente no participó de semejante algarabía.

¡¡Entonces estaba claro¡¡ era el único hombrecito de corazón limpio, transparente, que prefirió hacerse a un lado y esperar para actuar de una forma más sabia y  coherente.

El hombrecito más grande sintió su presencia y con gran fuerza se abalanzó contra el árbol, haciendo que la gota cayera lentamente hasta llegar a las diminutas manos del pequeñín, que quedó como hipnotizado observando a  aquel hombre con ojos extraños, parecidos cada uno a un girasol a plena luz del sol. Al reaccionar, había ocurrido algo mágico, el hombrecito con orejas de zanahoria tenía en su poder la gota de  agua, que ahora era gigante y que además tenía un gran arco iris y unas cuantas semillas de maíz en su interior. Ahora debía comprender de qué se trataba todo esto, en lo que no tardó más que unos cuantos segundos.

El hombrecito tenía una misión, proteger el agua por el resto de su vida con miles de hombrecitos con conciencia que ahora brotaban con árboles de la tierra. Debía colocar la gota de agua en el cauce de  cada uno de los ríos, para que estos volvieran a fluir, con peces, cantos de ranas y  renacuajos bailarines.  Sembrar cada una de las semillas de maíz, para que nunca más este faltara y que el enorme arco iris permaneciera en el cielo para recordar por siempre las enseñanzas de aquel hombre.

Así fue, como el hombrecito prometió, defender la gota sin importar las consecuencias, únicamente con el fin de propagarla y  de enseñar a las personas venideras del otro lado del río,  el mejor mensaje de cuidado y protección de la gota de agua más hermosa del mundo, que ahora sería gigante y recorrería caminos sin parar.

Eso logré observar tan solo por un agujero en mi ventana, eso lograron ver mis ojos y sentí un gran temor al pensar que aún nosotros, que estamos de este lado del río, no aprendemos lo suficiente y no entendemos el valor de las últimas gotas de agua que aún ruedan en nuestro mundo…

Jasbleady Castañeda

Pensando en el abuelo, la abuela grillo y en vos…

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4 comentarios

  1. Wow, que bonitas enseñanzas nos dejaste Jas. Felicitaciones!!!

  2. Seguro que entre la imaginación y creatividad de los niños y la experiencia y sabiduría de los abuelos podemos encontrar los mensajes y las enseñanzas que nos indiquen el camino de retorno a nuestros ser natural; pequeños y austeros hombrecitos de gran corazón.

    Muchas gracias por compartir tan lindos dibujos y palabras!

  3. Gracias Julian, de eso se trata realmente, son ellos, los más pequeños la semilla que poco a poco ayudará a que este mundo sea diferente. Tenemos que buscar ese camino de retorno, solo la madre tierra nos lo indicará.

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4 thoughts on “Una gota de agua, de maiz, de arco iris

  1. Seguro que entre la imaginación y creatividad de los niños y la experiencia y sabiduría de los abuelos podemos encontrar los mensajes y las enseñanzas que nos indiquen el camino de retorno a nuestros ser natural; pequeños y austeros hombrecitos de gran corazón.

    Muchas gracias por compartir tan lindos dibujos y palabras!

  2. Gracias Julian, de eso se trata realmente, son ellos, los más pequeños la semilla que poco a poco ayudará a que este mundo sea diferente. Tenemos que buscar ese camino de retorno, solo la madre tierra nos lo indicará.

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