En las patas de una Tingua
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Por: Jasbleady Castañeda

Ya perdí la cuenta de los días que llevo volando, en medio del inclemente calor y buscando pequeños pozos donde alojarme de manera temporal.
Mis padres nos enseñaron que cuando llegara la temporada de migración debíamos partir en busca de un lugar similar al nuestro, pues hay momentos en los que aquí, en nuestro enorme pantano escasea el alimento.
Nací en los llanos Orientales de Colombia, en medio de arrozales y con hermosos atardeceres. Mis padres dicen que en el norte, en los Estados Unidos cerca a la Florida se encuentran polluelas azules como nosotros, no somos tan exclusivas como parecemos, pero les digo que sí somos de las aves más bellas que pueden ver en el país.
Debo confesarles que cuando nací no era tan colorida como ahora, más bien era de un color negro azabache que se fue volviendo parduzco con el tiempo, pero mírenme ahora, tengo tantos colores como puedan imaginar, pero eso también trae problemas; algunas personas no son tan amigables, y quieren capturarnos para exhibir nuestra belleza, otros son peores aún y su intensión es acabar con nosotras, pues dicen que afectamos sus cultivos, pero díganme ustedes ¿si acaso no les ayudamos a dispersar las semillas y a comernos lo que para ellos son molestos insectos y gusanitos que a mí me parecen deliciosos?.

Fotografía; Gina Patiño 2016

Un día cualquiera llegó el momento de partir, y yo como es apenas natural, estaba muerta de pánico, pero ¿y es que a quién no le va a dar pánico salir de su hogar?, ¿buscando un lugar que no conoce y sin idea alguna de lo que encontrará? Pero no hay opción, para nosotras las aves migratorias, el asunto puede ser de vida o muerte, hay que partir en busca de hogares temporales cuando las condiciones de clima, o alimento no son las mejores en nuestro lugar de origen.
Llevábamos algunos días alimentándonos bastante bien para lograr partir, cada una en su momento, cada una a su ritmo, porque nosotras las tinguas azules no volamos en bandada como algunos patos, somos más bien solitarias y algo gruñonas, hay que decirlo.
Empezó mi nocturno vuelo entre enormes planicies, en las noches volaba y en el día buscaba un lugar con agua y alimento para descansar, ya comenzaba diciembre y el sol era bastante fuerte en el lugar de donde vengo, pero había escuchado que en la ciudad de Bogotá encontraría pantanos similares, llenos de agua que aún permanecían inundados desde la temporada de lluvias de octubre, y que lentamente se secaba, lo que para mí, era mejor, porque es más fácil entonces encontrar el alimento, uno que otro renacuajo descuidado, larvitas pequeñas que andan cambiando de etapa en su vida, y con suerte seguro encontraría jugosos caracoles o lombrices al cavar juiciosamente.
Después de varios días el paisaje cambió, no era tan verde y lleno de aves como en mi lugar, avistaba partes áridas, y basuras, temí haber tomado la ruta incorrecta. Pasé zonas enormes de minería, secas, como si le hubieran hecho cráteres gigantes a la tierra, pasé por ríos de color oscuro, con mal olor, y mi primera impresión fue que en este lugar nadie protege nada.

Fotografía; Jasbleady Castañeda 2016

Se podrán imaginar mi angustia, llegar a un lugar sin saber si era el correcto, continué mi vuelo, porque jamás me rindo, y llegué a un pequeño pantano, con algunas aves acostumbradas a la contaminación y al bullicio de la gente, el cansancio me vencía y esa noche decidí descansar, con tan mala suerte que una explosión acabó con mi tranquilidad, algunas aves se asustaron tanto como yo, otras lo tomaron con calma, parecían acostumbradas, debe ser eso de lo que tanto hablaban mis padres, decían que los humanos lanzaban bolas de fuego de colores al cielo, y que disfrutaban con la boca abierta observando, pero les digo que a mí, eso sólo me pudo producir pánico, ¿quién descansa así?.
Al día siguiente el sol estuvo fuerte, el alimento era poco, pues algunas aves eran territoriales y no permitieron que me alimentara lo suficiente, me sentía agitada, agotada, con mis largas y delgadas patas entumecidas, aunque había intentado descansar el estrés de esta ciudad que me recibió con toda su hostilidad no había sido lo más sano. Después de escarbar dentro del fango por un buen rato, despegué consciente de mi cansancio. En un segundo de descuido y con toda velocidad, observé un brillo llamativo, al acercarme colisioné contra un enorme cristal y de repente caí aturdida, resbalé por un tejado y caí en medio de una avenida repleta de personas que gritaban enloquecidas que me iban a atropellar, yo no podía moverme, ¿con qué fuerzas? Sólo tenía dos opciones, esperar a que un humano se apiadara y no me llevara de exhibición a algún lugar o dejar que cualquier aparato de esos pasara sobre mí.
Un hombre corpulento y asustado corrió donde me encontraba, arriesgando su vida por capturarme, y yo sólo pensaba…¿ y si me captura para hacerme daño?, pero no había opción, mis patas no se movían ni aunque lo intentara. El hombre me ha envuelto en su chaqueta, y me llevó consigo, la resignación se apoderó de mí, ahora estoy en su poder y seré un ave más de esas que capturan y enjaulan y seguramente en pocos días moriré.
Llegamos a su casa, y quitó la tela con la que me cubría completamente, yo aún sin moverme miraba para todos lados, y empecé a picotearlo, a hacer ruidos lo más fuerte que podía, y el pobre hombre entró en pánico, me encerró en el baño de su casa, todo estaba perdido. Tiempo después colocó un pequeño platón con agua dulce, y pedazos de zanahoria cruda, después de horas de desconfianza el hambre me hizo beber y probar un trozo y tomar fuerzas, mis patas ya se movían un poco, realmente me sentía agotada, pero lentamente recobraba en aliento.

Fotografía suministrada por integrante de SOS Tingua

Al día siguiente el hombre me llevó a un lugar pequeño, donde me alimentaron y protegieron por días, con gentes amables de trajes verdes, alcanzaba a escuchar otros animales, el sonido familiar de un mono arrebatado que quién sabe por qué motivo vino a parar allí, loras parlanchinas a las que alguien les entrenó para repetir sonidos humanos, y otros muchos que no me eran familiares, pero que al parecer hacían parte de los tantos animales que esos humanos inclementes traían de lugares inimaginables y alejados.
Después de varios días me llevaron en una caja y a varias horas de camino alguien me liberó en un humedal, no lo podía creer, después de tantos días de encierro y angustia por fin de nuevo podía continuar mi camino, vi cosas terribles en mi encierro, aves como yo que tenían sus plumas cortadas, otras gravemente heridas, y otras que definitivamente no lograban ganar la batalla.
No es fácil, la ciudad no te recibe amablemente, no es cordial, no está diseñada para nuestra llegada, sólo para recibir a los humanos, en los pequeños pantanos que visité encontré cosas muy extrañas, ladrillos que fracturaron las lagunas, rejas enormes para evitar el paso de todos, animales foráneos que nunca comprendí por qué estaban allí, las aguas se ven oscuras en algunos de ellos, los humanos arrojan desperdicios y desechos de toda clase, no sé qué les pasa.
Fui una de las pocas afortunadas, y ahora debo emprender mi viaje de regreso, esperando que nada extraño ocurra en el camino y logre llegar a salvo de nuevo a mi pantano, allá donde el arroz tierno me espera, los amaneceres de colores, los polluelos que están por nacer, las tinguas matronas que comen primero que las jóvenes, con nostalgia vuelvo, pensando que no todas somos afortunadas, y aquí voy esperando que el próximo año, cuando de nuevo tenga que volver a estas tierras las cosas hayan cambiado, las personas nos protejan, los techos tengan plantas, las aguas sean limpias, y las gentes sean como el hombre corpulento, que entró en pánico con mi bullicio, pero que finalmente resultó ser buen humano, al final de cuentas no todos son malos, y esos que piensan en los animales, seguramente son los que salven el mundo entero.

Fotografía; Gustavo Torres 2017

¡Si algún día encuentras un ave como yo, comunícate con la Fundación Humedales Bogotá y sé el mejor anfitrión!

 

Autor:

Jasbleady Castañeda.

Coordinadora SOS Tingua /Fundación Humedales Bogotá
jasbleady@gmail.com.


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