Por: Oskar Daniel Jiménez Acosta
“Volver a la gente para recuperar el territorio…
Recuperar al territorio, para ser gente”
Los cuerpos de agua en nuestra sabana son, ciertamente, cuerpos enfermos, víctimas pacientes del desarrollo y muy a su pesar, cloacas. De los tres humedales que subsisten en el perímetro urbano del municipio de Suacha (Neuta, Tibanica, Tierra Blanca) quizá ninguno sufra de manera tan intensa el impacto poblacional como el último en mención.
La impresión que da es en verdad la de un nicho acorralado, donde resisten las especies en una trinchera de jarillones, con un ancho de apenas 30 mts en su zona más espesa; con barrios a cada costado, muchos inclusive dentro del agua y sobre los mojones. Aquí eso no significa nada; la autoridad ambiental no manda en esta comuna, donde la orden del día es el sargazo, la astucia y el miedo.
Vale la pena poner en su contexto social la situación ecosistémica del humedal; de los casi 20 barrios que conforman la comuna uno del municipio, por lo menos 12 son barrios subnormales, es decir, no reconocidos por el estado como propiedad legitima de sus ocupantes, nacidos como apropiación de tierras, en dinámicas vinculadas al conflicto armado. La territorialización llevada a cabo en estas condiciones ha sido eminentemente periférica y sus pobladores carecen en principio de los servicios básicos de energía eléctrica, gas natural y, paradoja ineludible, agua potable. El humedal no ha hecho parte de los POT ni la población ha sido contemplada en marcos de restitución de tierras u otro plan que subsane el tejido social herido. En resumen, humedal y vecinos se soportan en una tolerancia mutua que se parece mucho a la indiferencia.
Uno de los puntos de contacto más interesantes en este sentido es el puente que han tendido los habitantes de los barrios Ducales y Villa Sofía para cruzar de una orilla a otra, hecho con estivas; Tierra Blanca muestra allí sus aguas en su estado más honesto. Flotan por doquier los residuos orgánicos, las basuras no degradables y las aguas hervidas.
Resulta imposible no atender la fetidez y las preguntas asaltan, porque es inconcebible que exista una tierra de nadie donde vive tanta gente. Las garzas aun lo visitan, las monjitas y torcazas todavía se dejan ver por allí y por allá, pero es otra fauna la que reina. Este humedal, como ocurre con tantos otros, es un territorio de miedo. En algunos tramos inclusive la policía entra con prevención: A la distancia se entiende por qué, aquí la inequidad social ha engendrado una anomia hostil, dosificada en su punto por el verde del junco y los árboles.
Minguear es sobre todo aprender, y por fortuna esta no fue una excepción: Aprendimos de nosotros que tenderse la mano es más que ayudarse a subir la cuesta, entre desconocidos la confianza se hace más valiosa. Aprendimos de la gente que la sed es una perspectiva, se puede ser un sediento a secas, pero también uno con fuentes, allí radica toda fuerza. Y aprendimos, en una frase que dijo el compa León Rodríguez, que “debemos trabajar con la gente para recuperar el territorio” y a la cual yo añadiría; “debemos trabajar el territorio para recuperar a la gente” que en mi percepción, está más perdida.
OSKAR DANIEL JIMÉNES ACOSTA
Lic Humanidades y Lengua Castellana
Universidad Distrital Francisco José de Caldas