Humedales: Una historia contemporánea de civilización-Barbarie

Humedales: Una historia contemporánea de civilización-Barbarie

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Por: Oskar Daniel Jiménez Acosta

Los humedales de la sabana cundinamarquesa poseen una gran biodiversidad, abundan en especies endémicas y su papel en el ciclo hídrico es evidencia tanto de la salud que sabe la naturaleza proveerse, mediante sus transformaciones geológicas, como de la memoria territorial en la que se significan las poblaciones humanas, relevadas una tras otra en el devenir cultural de estos suelos.
Sin embargo, hay una fauna nueva que puebla los humedales, especialmente aquellos que subsisten en los cascos urbanos. Y esto, humorísticamente nos puede resultar comprensible, pero el problema es, definitivamente, muy serio. Se trata del fenómeno de acogida que los humedales proveen especialmente a consumidores de alucinógenos y cómo esto redunda en la configuración de zonas de miedo, justamente allí, donde resisten los últimos reductos de naturaleza que hacen frente al avance urbanístico e industrial. Es en verdad fácil comprobar cómo, de Tibabuyes a Tibanica, de Neuta a la chucua de la Vaca, el fenómeno se repite. Salvo algunos privilegiados como Santa María del lago y otros, cuya distancia impide tal simbiosis, como La Florida, allí la excresencia social halla pleno nicho y ninguna autoridad parece hacerse responsable. Son pues, las tierras salvajes donde la ley no llega, son las tierras de la Barbarie.

La estrategia más común para dar solución a este asunto ha sido la famosa limpieza social, que no es más que un eufemismo macabro mediante el cual se llevan a cabo asesinatos selectivos, en este caso, de aquellos ciudadanos que han perdido su calidad como tales, y por tanto, deben ser erradicados. De esta manera se comporta nuestra cultura con aquello que sale de sus manos: lo elimina. A voces los vecinos claman por que les limpien aquello, sin darse cuenta que aquello ha de retoñar, renovándose cada vez con nuevas cabezas; niños de 11 y 13 años que fuman bazuco o inhalan bóxer, lejos de todo auxilio social. Los parias, los desescolarizados, los desempleados, los bandidos. Olvidamos quizás que nuestro país tiene unas cifras de desempleo rayanas en lo absurdo, pues aquí se considera que vender frunas en los buses es trabajo. Que el sistema educativo tiene tanta deserción en la media básica como difícil es acceder a los niveles técnico y superior. Este segundo favorecido por una amable inclinación de la demanda laboral.
Pero si el problema social se desborda sobre los ecosistemas ni qué decir de los problemas ambientales en sí mismos; es cosa común encontrar letreros y vallas que rezan sobre la competencia de la Corporación Autónoma Regional en torno a los cuerpos de agua, pero lo evidente es su negligencia. Al igual que los parias excretados por el sistema económico, los humedales han sido dejados a su suerte, a manos de urbanistas, lechos ideales para arrojar escombros, basura y animales muertos. La civilización y sus leyes no llegan allí, nada tiene que ver, por lo visto, esta situación lamentable con nosotros, perfectamente educados en las escuelas de un sistema democrático pleno en derechos y garante de justicia. Por supuesto la cosa compete es a ecologistas y gentes de esas, con poca imaginación empresarial. El green marketing apunta a zonas estratégicas, playas y selvas, no a un sistema agonizante como el de las redes acuíferas de la sabana.
Disculparán la mordacidad en la escritura, si es que se percibe, pues no intento justificar las acciones delincuenciales, que en efecto, se llevan a cabo en estos lugares; no es interés de este articulo mostrar como víctimas inocentes a quienes, llevados hasta el límite de su libertad, han elegido dañar a otros, como prueba ante sí mismos de poder personal o solo como recurso efectivo para conseguir dinero. Pero es que me asaltan dos preocupaciones: Una, si el estado, que se supone la instancia que garantiza nuestro bienestar comùn, no contempla a la naturaleza como sujeto de derechos y a nosotros como parte integral de ella ¿qué destino se nos depara más allá del parasitismo insostenible? Y dos, ¿será que en algún recorrido ecológico por el humedal del barrio tendremos que decir a nuestros hijos “mira mijo, esa chispita de allá, que se prende y se apaga no es una luciérnaga, sino un carrito” (Carrito: Nombre común dado a las pipas en que se fuma la base de coca o bazuco, que por su uso carburante adquieren apariencia desvencijada).

Y la respuesta pueda hallarse quizás en la forma como se viene abordando la complejidad de los problemas ambientales. Una tendencia eminentemente técnica, que ve a discreción los contextos sociales, como asuntos ajenos de los cuales el concepto “impacto antrópico” es un resumen reduccionista; si la perspectiva se sitúa en lo puramente ecológico estamos incurriendo en un error que redundará en nuevos quiebres, o sencillamente atiende a las consecuencias de un ejercicio que tiene detrás el accionar de unas estructuras mentales arraigadas, en lugar de atender sus causas. Al diagnóstico del botánico, del biólogo, del gestor ambiental, del ingeniero forestal, del experto en fin, hay que añadir el diagnóstico del sociólogo, del filósofo, del semiólogo, del educador. La interdisciplinariedad, por una parte, es una manera inteligente de abordar problemas complejos desde múltiples ópticas, permitiendo esclarecer cegueras que los límites disciplinares imponen; por otra parte, el afán de llamar la atención de todos los profesionales, de la comunidad en general y del estado en su papel directriz , adquiere total sentido si nos fijamos en cómo la disyuntiva epistémica instaurada, pese a la ciencia y el desarrollo, no ha sabido responder a la pregunta esencial sobre el papel del ser humano en la naturaleza; esta disyuntiva es la escisión Civilización-Barbarie, una mirada que niega de hecho el sentido de ese papel y que subalterniza a la naturaleza bajo la pretensión soberbia de considerarnos una especie dominante.

OSKAR DANIEL JIMÉNES ACOSTA
Lic Humanidades y Lengua Castellana
Universidad Distrital Francisco José de Caldas

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